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La Salamanca



Salamanca (Salla=peña. Mancca = bajo, infierno): vocablo quechua que significa aquelarre, reunión de brujas, almas condenadas y seres demoníacos que se unen para divertirse, bailar, beber, planear diversas maldades contra los seres humanos, renegando de todo precepto moral o religioso. (vaya uno a saber si por recordar su tierra o por el oído traicionero de conquistador, los españoles transformaron todo en SALAMANCA. N.del C.)
En las tradiciones que viven en el alma del pueblo santiagueño, y en gran parte de las provincias del norte, está la leyenda de la Salamanca, un lugar donde se desarrolla una ceremonia perpetua, presidida por la corte de Lucifer, Mandinga, por el Macho Cabrío que hasta la pintura de Goya inmortalizó.
La Salamanca ha sido descrita como un socavón de la ladera de un cerro, también como una cueva oculta en la profundidad del monte, o en un lugar oculto al borde de un río. Son pocos los que pueden por las noches escuchar los cantos que nacen de ese lugar prohibido, y menos son los que logran ver su entrada.
A ese lugar, convergen los diablos, los condenados, los poseídos, los brujos y brujas que van a mejorar sus artes luciferinas. También, llegan los que buscan un favor de Mandinga: concretar un pacto con él, para adquirir una habilidad sobrenatural a cambio de entregar el alma. Es un contrato firmado con sangre. Allí se dice que cayeron grandes cantores, oradores, jinetes deslumbrantes, mujeres de belleza exótica, grandes poetas, guitarristas con una magia deslumbrante en sus manos. Todas personas que no pueden soportar la mediocridad de sus vidas, y buscan destacarse a costa de perder la verdadera vida que nace en la muerte. No todos cumplen con su contrato. Santos Vega, el gran payador, fue uno de ellos. Hubo de perder una payada con el mismo Mandinga (Juan sin Ropa) para tener que aceptar su trágico destino final.
El aspirante conoce a través de la tradición oral, y de un comunicador válido –iniciado-, el lugar donde se halla la cueva, y las pruebas a las que será sometido por Mandinga, quién probará su temple al atreverse a hacer un contrato cara a cara con él. Una vez que se llega al lugar donde se hallaría la boca de acceso a la Salamanca, el aspirante deberá desnudarse, y esperar atento algún sonido o signo que lo guíe a la cueva. De esta manera, puede ser una lechuza, un cuervo negro, el sonido de un arpa o la huella de un basilisco el que lo guíe.
En la puerta de entrada será recibido por víboras de ojos centelleantes, y otros reptiles de gran tamaño que no aparecen en ningún libro de zoología. El visitante será rodeado por ofidios que se le enroscarán en su cuerpo, y por arañas que se le irán subiendo, acariciándole con sus pieles rugosas. Uno deberá pasar esa prueba con serenidad y no caer en el pánico, a riesgo de perder la vida. Ya dentro, deberá sortear un arunco, un chivo de mal aspecto y de pestilente olor, que tratará insistentemente de embestirlo para empujarlo hacia el interior de la cueva. Allí, será un cuervo negro el que hará de guía, después de decir en voz alta la contraseña que un iniciado le ha revelado. Lo primero que hallará en el descenso, será un crucifijo invertido, al cual deberá escupir y blasfemar para continuar.
La tradición nos revela que el interior de la Salamanca es deslumbrante y terrorífico al mismo tiempo: se halla iluminado con lámparas de aceite humano, grandes cortinados de telas y marmolería fastuosa, que los templos griegos envidiarían. En el fondo de la misma, está el asiento de Mandinga, rodeado de los animales más terroríficos del reino de las tinieblas.
Allí, el visitante que viene a hacer su pacto, se aproxima al trono. A su alrededor, bailan y danzan los condenados: hechiceros, brujas, hermosas doncellas que nunca ven la luz del sol, serpientes de gran tamaño, sapos, culebras, cerdos, lechuzas, quirquinchos, lobizones, y los diablos.
Frente al Príncipe de los Rebeldes, el aspirante formula su deseo. El diablo le hará pasar por nuevas pruebas para ser merecedor del acuerdo perpetuo. Los que han revelado algunas de esas pruebas, hablan de tener que montar sobre una bestia salvaje para domarla. En otras, se le hace caminar sobre el filo de un puñal colocado entre dos abismos sin fondo.
Finalmente, para probar su fortaleza y fidelidad a Mandinga, deberá hacer un daño a sus seres más queridos. La prueba de fuego, que Dios exigió de Abraham el ordenar sacrificar su único hijo ... a diferencia de que el Diablo, no se caracteriza por cambiar de opinión.
Una vez cumplida todas las pruebas, Mandinga entrega al ya iniciado un champi (Talismán en forma de insecto), el cual deberá tener consigo, y que le será de su enlace mágico con la sabiduría luciferina. Finalmente, la cueva estalla en una fiesta infernal, demencial. Se desata la bacanal, el enorme banquete, la música aturdidora, el baile lujurioso de las doncellas y de jóvenes desnudos que invitan a todos los presentes al inicio de la gran orgía.


LA SALAMANCA - Zamba
Letra y Música: Arturo Dávalos

Con la diabla en las ancas Mandinga llegó,
azufrando la noche lunar.
Desmontó del caballo y el baile empezó,
con la cola marcando el compás.

Un rococo de la isla cantaba su amor
a una sapa vestida de azul.
Carboncillo bailaba, luciendo una flor,
que a los ciegos devuelve la luz.

Socavón, donde el alba muere al salir:
salamanca del cerro natal.
En las noches de luna se suele sentir
a Mandinga y a los diablos cantar.

Jineteando, una escoba cruzaba el añil
de los cielos: la bruja mayor;
la lechuza en el hombro y el gran tenedor
disparándole a la Cruz del Sur.

Un quirquincho barbudo tocaba el violín
y un zorrino, con voz de tenor,
desgarraba el silencio con un yaraví,
que Mandinga a cantar le enseñó.



Algo de diccionario
salamanca: (arg) salamandra de cabeza chata; cueva de brujerías

Mandinga: mandingue, el diablo, el brujo

rococo: (arg) anfibio batracio de la región conocido como bufo paracnemis

Carboncillo: (americ) Carbonilla

quirquincho: armadillo, con cuyo caparazón se montan los charangos o pequeñas guitarras.

Cruz del Sur: constelación celeste que se puede observar en el hemisferio Sur

yaraví: melodía triste del altiplano

Esta divertida zamba nos describe la especie de aquelarre o noche de brujas de los reptiles, el delicioso compendio de mitología andina. Siendo la salamanca una fiesta que se organiza al macho cabrío, ordinariamente en algún socavón del poblado, en ella se encontrarán brujas, almas condenadas y demonios de los infiernos y se come, bebe, baila y canta hasta el amanecer, tal como nos narra con gracejo el maestro Arturo Dávalos. Según la versión de los santiagueños, y otras zonas del norte de la Argentina, la Salamanca como producto del mestizaje cultural es un espacio destinado a la enseñanza y al intercambio de conocimientos ubicado en una cueva o en el monte, allí el iniciado aprende el arte que le interesa (domar, bailar, tocar la guitarra, curar, maleficiar y demás) siguiendo las lecciones del Zupay (el demonio). La tradición cuenta que si alguien escucha la música de la Salamanca, caerá en una vida de terror, a menos que se trate de una persona de buena fe o tenga un rosario entre sus manos para no caer en la tentación del Zupay.
Varios artistas han reflejado la Salamanca en sus obras tanto plásticas como musicales. “Mandinga abrime la puerta, le dije cuando llegué. No le tengo miedo a nada cansado de padecer. Entrá nomás gaucho pobre, que nada te ha de pesar, viniendo a mi Salamanca ya nada te ha de faltar”, dice la chacarera. El diablo es centro de noche, por oposición a Dios, que es centro de luz. Uno arde en un mundo subterráneo y el otro brilla en el cielo.

David Gleiser

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