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Andrea Vianini, un peleador


El sábado pasado se apagó la vida de uno de los pilotos más sanguíneos y rápidos que supo competir por nuestras tierras. Un velocista nato que era pura pasión, puro corazón, no solamente al comando de un automóvil de carreras, sino en su vida cotidiana. Ni siquiera aquel terrible accidente de 1970 que casi lo envía al otro mundo y que le lastimó seriamente su cuerpo -pero no su espíritu- pudo quebrantar sus ímpetus por vivir cada día como si fuese el último.

Andrea Vianini había nacido el 19 de octubre de 1942 en Milán, Italia, mientras las bombas de la Segunda Guerra Mundial hacían estragos sobre el continente europeo. Desde pequeño se sintió atraído por la velocidad, primero a bordo de una bicicleta y luego con una moto Guzzi de 175 cc con la que iba al colegio. Finalizada la guerra, su padre Giuseppe viajó a Argentina como representante oficial de las marcas Guzzi, Lambretta, Benelli y Aermacchi, y más tarde como importador de vehículos Alfa Romeo. En 1959 los trajo a Andrea y a su hermano Gerardo; tenían 16 y 18 años respectivamente. Andrea comenzó como probador de motos al tiempo que descubría la noche porteña, con sus horarios inacabables y con los personajes más pintorescos del “jet-set” autóctono. Mujeriego empedernido, años más tarde contrajo matrimonio con Dolores Blaquier, con quien tuvo 3 hijos.

Las motos quedaron de lado y se volcó hacia las cuatro ruedas: llegaron así el Alfa Romeo Giulietta de Turismo Anexo “J” con el que obtuvo varios triunfos, y el Maserati-Chevrolet de Mecánica Argentina Fórmula 1. Su velocidad innata y su conducción temeraria rápidamente lo convirtieron en uno de los preferidos del público. Nunca escatimaba nada, exigía las máquinas y las llevaba muy por encima de los límites, lo cual le ocasionó varias piñas espectaculares. En 1963 viajó a Europa para competir con un Porsche 904 GTS dentro del Campeonato Mundial de Marcas. Debutó en la Targa Fiorio y corrió en el mítico Nürburgring hasta que finalmente llegó su día de gloria en el Viejo Mundo: en pareja con Nasif Estéfano obtuvieron el primer puesto dentro de su categoría -superando incluso al equipo oficial alemán- y el cuarto lugar en la clasificación general. Sin embargo, su ímpetu a veces le jugó en contra: destruyó un Alfa Romeo en el veloz circuito de Spa-Francorchamps y en 1965, siendo piloto oficial Porsche, deshizo otro auto. Su carrera en Europa comenzaba a cerrarse, y su horizonte se vislumbraba en los circuitos argentinos.

En 1966 compitió con un Brabham-Cosworth en la temporada de Fórmula 3 Internacional y fue el mejor de los pilotos locales frente a lo más selecto que vino desde Europa. En 1967 volvió a ser parte de la temporada de Fórmula 3, al tiempo que hizo su arribo a la categoría más popular de nuestro país: el Turismo Carretera. En su segunda participación en la categoría, y a bordo del novísimo Bergantín-Chevrolet (la inolvidable “Garrafa”, bautizada así por la publicidad de Agip Gas) obtuvo un resonante triunfo en el Autódromo Municipal. Pero el TC comenzaba a mutar frente a un reglamento cada vez menos claro y más desprolijo, lo cual le dio vida al Sport Prototipo. Y hacia allí apuntó sus cañones el bravo Andrea.

Vianini compitió con éxito diverso en Turismo Carretera, en la Temporada Internacional de Fórmula 2 con un Tecno (siendo nuevamente el mejor de los pilotos argentinos) y en SP. El 4 de octubre de 1970, mientras conducía un Baufer-Chevrolet durante una competencia de Sport Prototipos en el veloz circuito de Las Flores, Andrea sufrió un terrible accidente que lo dejó cuadripléjico. Sin embargo, fiel a su estilo, siguió peleándole a la vida con el mismo espíritu con el que apretaba el acelerador. El pasado sábado 21 de mayo, en su Italia natal y a los 73 años, Andrea Vianini se despidió para siempre, pero su historia de vida y su paso por el automovilismo deportivo no se olvidarán jamás.

Letras: Adrián Vernazza

Foto: Automundo
http://atodomotor.com.ar/

Cuando sea vieja, vestiré de morado

 
Cuando sea vieja, vestiré de morado,
con un sombrero rojo que ni haga juego,
ni me quede bien,
y me gastaré el dinero de mi jubilación
en coñac y guantes de verano,
y sandalias de raso.
Y diré que no hay dinero para mantequilla.
Me sentaré en el pavimento
cuando esté cansada
y devoraré muestras de las tiendas
y oprimiré los botones de alarma
y rasparé con mi bastón los barandales de las calles.
Y compensaré la austeridad de mi lejana juventud.
Saldré a caminar bajo la lluvia en zapatillas,
y arrancaré flores de jardines ajenos
y aprenderé a escupir…
Pero, tal vez debiera practicar un poco todo eso desde ahora.
Así la gente que me conoce no se asombrará,
ni se escandalizará al ver que, de pronto,
soy vieja y me empiezo a vestir de morado.

Jenny Joseph ( Birmingham, Inglaterra, 1932). Periodista y poeta.

Colabora: Margarita Grigera

¡Soy una persona mayor!


¡Soy una persona mayor!

Constantemente se critica a las personas mayores
por no adaptarse al mundo moderno.

Sin embargo, nosotros nos responsabilizamos por todo lo que hemos hecho y no culpamos a nadie por ello.

No obstante,
después de una profunda
meditación, nos gustaría señalar que, a pesar de haber llevado
el pelo largo, de haber realizado
una revolución sexual, de habernos revelado contra los llamados
valores tradicionales y de
haber bailado con Los Beatles
y los Rolling Stones.

En efecto, soy una persona mayor ………………….Pero……

NO fuimos nosotros los que eliminamos:

La melodía de la música,
El talento y el ingenio de las creaciones artísticas,
La buena voz a la hora de cantar,
El orgullo por nuestra apariencia exterior,
La cortesía al conducir,
El romance en las relaciones amorosas,
El compromiso de la pareja,
La responsabilidad de la paternidad,
La unión de la familia,
El aprendizaje y gusto por la cultura,
El sentimiento de patriotismo,
El rechazo a la vulgaridad,

NO fuimos nosotros los que eliminamos:

La escena de la Navidad de las escuelas y ciudades,
El comportamiento intelectual,
El refinamiento del lenguaje,
La dedicación a la literatura,
La prudencia a la hora de gastar,
La ambición por lograr ser alguien en la vida
Ni tampoco sacamos a Dios del gobierno, de las escuelas y de nuestra vida.

Y por supuesto que no somos los que eliminamos
la paciencia y la tolerancia de nuestras
relaciones personales ni de nuestras interacciones
con los demás.

¡En efecto, ya soy una persona mayor!

Pero todavía puedo animar una fiesta...
incluso si sólo resisto hasta las 9 pm.

Todavía puedo abrir frascos con tapas a prueba
de niños aunque tenga que usar un martillo.

Todavía me acuerdo de llegar a mi casa...
aunque deba llevar un mapa conmigo.

Todavía duermo como un bebé en las noches...
aunque al otro día el cuerpo demore en permitir
que me levante.

¡En efecto, soy una persona mayor!

Pero todavía puedo
reírme de las críticas...
aunque a veces no pueda oír
lo que dicen de mí.

Todavía soy muy bueno
contando historias...
aunque las repita varias veces.

Pero no creas
que me he vuelto peleador,
cascarrabias ni intransigente…

Simplemente que tengo edad para
decir que hay cosas que ya
no me gustan…
Ya no me gusta la congestión de tráfico,
ni las muchedumbres,
ni la música alta,
ni los niños gritones,
ni los perros que ladran,
ni los políticos
ni tantas otras cosas
que ahora no recuerdo.


Colabora: Enrique Cuevas

Deducción Empírica


Juan estaba reparando la verja del jardín de su casa, aprovechando ese sábado tan lindo, cuando se dio cuenta que se estaba instalando un nuevo vecino en la casa de al lado.
Caballeresco y curioso, dejó las herramientas y se acercó al recién llegado, para ofrecerle su colaboración para lo que hiciese falta.
El nuevo vecino le agradeció, y se presenta como Miguel, profesor de Deducción Empírica.
Juan: '¿Deducción empírica? ¿Qué es eso?
Miguel, se sonríe y le dice que será más fácil explicárselo con un ejemplo.
Miguel:'Estoy viendo que tiene una casita para el perro. Deduzco sencillamente que tiene un perro. Si tiene un perro, es probable que tenga hijos. Si tiene hijos es normal que tenga esposa. Si tiene esposa se deduce que usted es heterosexual.
Juan: ¡Eso, ni lo dude!
Miguel: ¿Vio?
Se separan y Juan se queda pensando. Pocos instantes después se le acerca Aníbal, el vecino del otro lado de la casa.
Aníbal: Te vi hablando con el nuevo vecino. ¿Qué tal es? ¿a qué se dedica?
Juan: Parece agradable. Es Profesor de Deducción Empírica.
Aníbal: ¿Deducción Empírica? ¿Qué es eso?
Juan: Dejá que te ponga un ejemplo: ¿Vos tenés perro?
Aníbal: No.
Juan: ¡Entonces, sos PUTO!

LAS CASAS BARATAS


Corría el año 1913 y las encuestas realizadas reflejaban una realidad más que preocupante: el 80 por ciento de las familias obreras vivían en una sola pieza y el 37 por ciento carecían de instalaciones de agua corriente.
Para comenzar a revertir esta situación el Congreso promulgó, el 5 de octubre de 1915, la ley Nº 9677 que creó la Comisión Nacional de Casas Baratas por impulso del diputado Juan F. Cafferata.
Este organismo planificó la construcción de 3.000 viviendas. Por aquel entonces el país tenía por presidente a Victorino de la Plaza quien había accedido al cargo debido a la licencia por enfermedad solicitada por Roque Sáenz Peña en 1913.
A Victorino de la Plaza le sucedió Hipólito Yrigoyen. Su mandato duró hasta 1922, año en el que le sucedió Marcelo T. de Alvear. Mientras tanto, la Comisión entregaba las primeras viviendas en 1920.
La Ciudad de Buenos Aires le daba así un gran impulso e importancia al plan de Casas Baratas. Para 1941 tenía construidas 5.000, de las cuales 3.123 habían sido adjudicadas y 1.815 arrendadas.
La construcción era sencilla pero sólida, y en su diseño los arquitectos trataban de reproducir los chalets de campo de las clases acomodadas, o los que construían los ingleses en los suburbios de Buenos Aires. Una empresa francesa fue la ganadora de la licitación y la encargada por lo tanto de construir las viviendas que como novedad tecnológica presentaban el baño y la cocina en el interior de la casa. Poseían todos las comodidades de la época: agua corriente, cloacas, cocina económica de hierro que se alimentaba a leña... Hasta había un tanque de agua que se calentaba con la propia cocina brindando de esta forma agua caliente en toda la casa.
El primer barrio construido dentro del programa fue el Cafferata de Parque Chacabuco. A él le sucedió el Barrio Marcelo T. de Alvear, de Floresta, en terrenos cedidos por la sucesión de la familia Olivera.
El plan de Casas Baratas estaba dirigido y destinado a familias con hijos cuyo jefe se desempeñara en algún empleo público que dependiera del Estado Nacional.
Las condiciones de financiación eran por demás atractivas: El Banco Hipotecario Nacional le otorgaba al propietario un crédito que financiaba el 100 % del valor de la propiedad. Este crédito se pagaba fácilmente por medio de cuotas accesibles que devengaban un bajísimo interés a lo largo de los 20 o más años que permitía la financiación.
Fue tal el número de interesados que pretendían el acceso a la vivienda que tuvo que recurrirse a un sorteo para realizar la adjudicación de la unidades.
Otro barrio de Casas Baratas fue construido poco tiempo después en Floresta: El Barrio Segurola que fue construido entre 1929 y 1931, aunque la mayor parte de sus casas se ocuparon después de 1936. Sus límites eran: Mercedes, Segurola, San Julián (César Díaz) y Camarones. También el Barrio Rawson, en Agronomía, fue creado en 1934.
La ley de Casas Baratas sirvió para que las clases más humildes y desprotegidas tuvieran acceso a una vivienda digna, reconociéndoles el derecho que les asistía por el hecho simple de ser personas.
 
Colabora : Jorge Knoblauch

Piedad ante el llanto público



Casi siempre están en el transporte público. En un colectivo, de cara a la ventana, escondidos contra el vidrio. O en el subte, apuntando al piso. Disimulan el llanto como pueden. Se suenan la nariz, caretean un resfrío. Pero todos nos damos cuenta de que hay alguien que comparte ese tiempo y ese lugar con nosotros.

Ahí donde todos vamos en el trance de la rutina cotidiana a nuestros trabajos, a nuestras casas, a la normalidad, hay uno que llora. En el vagón del subte o en el micro, la sensación de incomodidad lo inunda todo.

Los que lloran en público también están en la calle, caminando. El último que me tocó ver fue a unas pocas cuadras del diario. Un pibe apoyado contra el manubrio de la bici, como derrumbado.

Lo vi venir a lo lejos y me di cuenta de que tuvo que parar, el llanto no lo dejaba seguir pedaleando. Se detuvo en Chacabuco al 1200, una calle no muy transitada, como para llorar tranquilo. Y tuve que pasar yo para molestarlo, para incomodarlo. O quizás ni me registró. La pregunta que quiero hacer, y a la vez la que siempre me hago en estos casos, es la siguiente: ¿Qué se hace con los que lloran en público? Muchas veces un llanto es un remedio, un desahogo impostergable. Un ritual privado que no siempre llega en el momento propicio. ¿Qué se hace con los que lloran en público?

Para el que lea estas líneas y alguna vez le tocó llorar en público, sepa que no supimos cómo reaccionar, pero de algún modo lo acompañamos.

Diego Geddes dgeddes@clarin.com​

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